
Mariano Raffo y Marina Boolls nos presentan otra visión del mundo desde la ironía, el cariño y una candorosa mirada que contempla a los extraños como amigos aún desconocidos. Con esa inteligencia propia de los verdaderos artistas, de los viejos profesores que han alcanzado la sabiduría y de las mujeres verdaderamente más inteligentes; a través de historias pequeñas, en apariencia meros documentos, se nos habla de nosotros, de nuestras luchas, de nuestro sufrimiento, pero a través de lo tangencial, de lo leve, de lo íntimo. No se necesitaba otro film más sobre la emigración argentina a Europa, se necesitaba que nos demos cuenta de que somos como los bolivianos inexistentes por no mirados que pueblan las calles de la Capital argentina. No se precisaba poner escenas de tangos, de calle Corrientes, del Río de la Plata para que nos emocionemos con nuestros rubios orígenes. Con ver el rostro de David al llegar a su tierra, que es y no es la misma, ya vemos toda una generación pasando sus días entre europeos y norteamericanos que no nos entienden.
El cariño en los detalles, la busqueda de la imagen animada, la música incidental y de la otra que sólo el trabajo amoroso puede aportar, es una muestra más de cómo nuestra mejor juventud sigue luchando por hacernos ver que nuestro país, el país de Oesterheld, el de León Gieco, el de Rodolfo Walsh pero también el de Bioy y Borges, sigue haciendo cosas para que algo en el mundo occidental pueda ser redimido.
Felicitaciones a los héroes, a los que luchan por seguir construyendo obra, vida y futuro.
Francisco Cellini
Barcelona, octubre de 2008
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